Resumen
El Hospital de Tamariz de Campos fue una pequeña institución de acogida y caridad, típica del Antiguo Régimen. Más que un hospital sanitario en sentido moderno, actuó como hospedería y amparo para pobres y caminantes enfermos que atravesaban la comarca de Campos desde finales del siglo XVI hasta finales del XVIII.
Lo gobernaban conjuntamente el cura de San Pedro (patrono eclesiástico) y el alcalde ordinario (patrono secular), con la gestión cotidiana a cargo de un mayordomo anual. Sus recursos procedían sobre todo del arrendamiento de tierras, algunas donadas por cofradías, de pequeñas limosnas y de un medio real por cada testamento otorgado en la villa.
El edificio se ubicó con toda probabilidad en las casas del Concejo (actual Plaza de la Constitución). Contó con cocina y, en ciertos periodos, con camas y ropa; otras veces recurrió al alquiler de camas en el mesón por la precariedad de medios.
La asistencia se orientó primero a pobres transeúntes (alojamiento puntual, huevos como limosna y conducción al pueblo siguiente). Desde 1762 se amplió a vecinos pobres enfermos en cama, con ayuda alimentaria, y se apoyó al maestro de niños para la enseñanza gratuita de hijos de pobres.
La actividad estuvo supervisada por visitas episcopales que revisaban cuentas, ropa y limpieza, y ordenaban mejoras, a menudo difíciles de sostener por falta de recursos.
A finales del XVIII, las reformas de 1798 y la pérdida de base económica de muchas obras pías precipitaron su desaparición. Sus funciones asistenciales serían asumidas más tarde por nuevas instituciones públicas y benéficas, pero su memoria perdura como testimonio de la solidaridad local y de la organización de la beneficencia en Castilla.
Versión completa
Los hospitales rurales españoles en los siglos XVI–XVIII
El hospital del Antiguo Régimen, en cuanto lugares destinados al recogimiento y cuidado de pobres y enfermos, respondía perfectamente a la organización de la beneficencia que caracterizó la citada época.
Su origen se encuentra en un acto de caridad privada de un individuo concreto en una localidad concreta y que como tal acto de caridad entiende como su obligación la atención a los pobres. Este acto nace de la mentalidad medieval existente en la sociedad española hasta los siglos XVI y XVII, que vivió pensando en la muerte y en la salvación del alma, con cuyo objetivo se destinaba a hospitales, obras pías, limosnas y otros piadosos fines buena parte de la hacienda del fallecido.
El asiento de la mayoría de los hospitales es, por tanto, una casa que no fue construida para hospital, sino la propia casa del fundador, u otra que este poseía en el lugar.
Además de la casa, el fundador mandaba a la institución una serie de tierras, con cuyas rentas esperaba poder mantenerla. A tales rentas se unían con el tiempo limosnas dejadas en otros testamentos, limosnas pedidas por las casas o en la iglesia, envíos de dinero por parte de un vecino que había hecho fortuna lejos de su tierra, donaciones de cofradías, etc. Todas eran administradas por un Mayordomo, que habitualmente era renovado cada año, y que era responsable de rendir cuentas cada año al patrón o patronos del hospital.
La función del hospital del Antiguo Régimen no tiene nunca como partida una intencionalidad sanitaria (con algunas excepciones, como los grandes hospitales o las leproserías), sino que es un acto de caridad con la idea de acumular méritos para la salvación del alma del fundador. La caridad se orienta a los pobres, imagen de Cristo en la Tierra, a los que se auxilia con un techo, cama y comida. En este punto se pone de manifiesto la influencia de los conceptos cristianos de caridad y de resignación ante la desgracia, que fomentaban más el cuidado y la asistencia del enfermo que su curación. Por eso, muchos hospitales eran, antes que otra cosa, y atendiendo a la raíz etimológica de la palabra, “hospederías” o asilos.
La existencia de hospital en una población determinada no depende del tamaño de la población o de su riqueza, sino de la actuación caritativa de un vecino, si bien es cierto que una vez fundados y debido a que buena parte de su supervivencia se sustentaba en las limosnas, tan solo los de las poblaciones importantes podían llevar una existencia medianamente digna.
El gobierno y administración de los hospitales se atenía generalmente a lo dispuesto en sus estatutos o en la escritura fundacional. Los había que tenían una gestión mixta, compartida entre la comunidad eclesiástica y el concejo de la localidad respectiva, representados a su vez por el cura y el alcalde ordinario (como luego veremos, este es el caso del Hospital de Tamariz). Eran menos numerosos los que gozaban de una dirección única, a cargo de una u otra institución. Otros hospitales dependían de una cofradía, bien porque su fundación hubiese estado promovida por una asociación de este tipo, bien porque se hubiese transferido a ella su administración.
En el caso de los hospitales regentados por cofradías religioso-benéficas, eran los propios cofrades los que se encargaban de todas las tareas, mientras que en los centros dependientes del municipio o de la parroquia, a lo sumo existía un hospitalero para recoger a los pobres, a quien se daba un módico salario y vivienda dentro del propio edificio. Pero muchos carecían incluso de este servicio. Sólo aquellos que dispensaban alguna asistencia sanitaria disponían de personal especializado; lo normal era que contratasen los servicios del médico o cirujano de la localidad, quienes atendían a los pobres enfermos que ingresaban en tales establecimientos.
La única articulación y control sobre el sistema asistencial están ejercidos por las instituciones eclesiásticas. Desde Trento, el Obispo es el visitador nato del sistema hospitalario, pero su acción no iba más allá de una supervisión destinada a evitar abusos y abandonos.
Muchos hospitales rurales carecían de rentas fijas y otros gozaban de unas escasas rentas que generalmente no alcanzaban ni siquiera para mantener un hospitalero y cubrir los mínimos gastos, por lo cual precisaban también de la ayuda de alguna otra institución o de los particulares. Pocos podían considerarse bien o medianamente dotados. Esta circunstancia se traducía en la escasa y deficiente asistencia prestada por la mayoría de los hospitales, que en muchos casos apenas servía para justificar su existencia.
Exceptuando aquellos pocos que ejercían una labor médico-sanitaria, la función que desempeñaban era la de albergues u hospederías para asilo y recogimiento de pobres y peregrinos. Pero aun dentro de estos hospitales hay una amplia graduación según la variedad y calidad de los servicios que prestaban a sus huéspedes.
Todos los hospitales desarrollaban un servicio de transporte y conducción de pobres enfermos hasta el establecimiento o pueblo más cercano, lo que hacía que el hospital rural, por pequeño que fuese, cobrara una dimensión mayor al ser parte de una red hospitalaria más amplia, en la que constituía un punto más de apoyo para la pobreza trashumante. Cada establecimiento llevaba a otro, éste a otro más importante que hacía las veces de hospital comarcal, formando círculos concéntricos que conducían finalmente a la ciudad y a las localidades más importantes. El que la pobreza fuera itinerante se debía en parte a que los hospitales limitaban la estancia a uno o a unos pocos días. El transporte de los pobres enfermos podía correr a cargo del hospitalero, de una persona encargada, de un miembro de la cofradía de que dependía el hospital, del concejo o de los propios vecinos.
Este estado de cosas, esta superabundancia de hospitales inútiles, condujo a la Corona a intentar una política de refundiciones, ya iniciada por los Reyes Católicos. Carlos I, en 1540, insiste en la necesidad de llevar a cabo la reconversión de los hospitales medievales en nuevas fundaciones, y las Cortes reunidas en Valladolid en 1548 piden se dé cumplimiento a tal disposición. Durante el reinado de Felipe II se dictaron varias provisiones tendentes a racionalizar, en sus aspectos administrativos y financieros, el viejo sistema hospitalario. El proceso de reconversión es en ocasiones muy lento, debido sobre todo a las resistencias interpuestas por patronos, cofrades y demás administradores de los establecimientos objeto de reducción. La situación cambió en buena medida como consecuencia de la orden de Carlos IV de 1798, que terminó con la independencia económica de las instituciones fundacionales al disponer, según dice el decreto que se cita “la venta de todos los bienes raíces pertenecientes a hospitales, hospicios, casas de misericordia, de reclusión y de expósitos”; el importe de las ventas quedaba incorporado a la Real Caja de Amortización, que devengaría a favor de los centro privados de sus bienes un interés anual del 3%. Los hospitales quedaron reducidos al edificio y sin base económica en que sostenerse, por lo que su única posibilidad de subsistencia estaba en los municipios, lo que produjo un aclaramiento de la red de hospitales, de modo que su presencia en un lugar no dependió en adelante del rasgo caritativo de un vecino, sino de la riqueza del lugar y de sus posibilidades reales de mantenerlo.
La red hospitalaria en Castilla y León
El sistema hospitalario castellano tiene una especial relevancia en el contexto nacional, puesto que fue consecuencia de épocas más florecientes y más capaces de generar este tipo de establecimientos.
No se dispone de información precisa y seriada para toda Castilla hasta el Catastro del Marqués de la Ensenada, en 1750, al referirse en sus Respuestas Generales a las instituciones hospitalarias. El problema de esta información es que se sitúa ya en un momento en que la actividad de los hospitales ha decaído sustancialmente, pero tiene la ventaja de que el catastro es muy minucioso y amplio en las noticias hospitalarias que nos lega.
Según el susodicho catastro podemos afirmar que a mediados del siglo XVIII había en la actual Castilla y León 1092 hospitales, de los cuales el 73,4% contaban con asistentes. Como media, el 10 % de las entidades de población contaban con hospital, dato que es superior a la media de toda la Corona de Castilla. La razón de este predominio de la meseta en la Corona, y de las provincias de Palencia, Toro, Burgos y León dentro de ella, puede hallarse en el legado de la ruta jacobea, densamente salpicada de albergues y hospederías de peregrinos, luego transformada en el camino de los pobres que recorren sus hospitales.
Respecto a la comarca de Campos, el la que se sitúa el hospital objeto de nuestro trabajo destaca como la de mayor concentración de establecimientos hospitalarios, en la que prácticamente todas las poblaciones con más de 100 vecinos contaban con uno o varios hospitales. Así, por ejemplo, en la zona de Campos correspondiente a la provincia de Palencia había hospitales en el 71,6% de los pueblos, lo que contrasta con otras comarcas de la misma provincia como la de Aguilar, en la que sólo el 4,6% de los pueblos disponían de hospital o con la media de toda la provincia, en que contaban con hospital el 36,2 de las poblaciones.
Esta distribución geográfica de los hospitales coincide con la de las cofradías o la de otras instituciones benéficas y responde a los mismos factores: densidad de población, tamaño de los pueblos, nivel de riqueza, etc. Pero en el caso de los hospitales también hay que tener en cuenta el sistema de comunicaciones; la zona de Campos es una comarca bien comunicada y abierta a las rutas que de norte a sur y de este a oeste atraviesan la región castellano-leonesa. Además es surcada en su parte septentrional por el camino de Santiago, lo que favoreció el establecimiento desde la Alta Edad Media de numerosos hospitales y albergues.
Tamariz de Campos
Tamariz de Campos se encuentra en la Provincia de Valladolid, limitando con la de Palencia. La villa ocupa un pequeño altozano, próximo a la margen izquierda del río Sequillo. Su término municipal ocupa 38,14 km2 y confina con los de Medina de Rioseco, Moral de la Reina, Cuenca de Campos, Villabaruz de Campos, Castil de Vela y Belmonte de Campos, estos dos últimos pertenecientes a la provincia de Palencia.
Según el último censo su población es de 114 habitantes, pero su pasado nos habla de épocas más boyantes. Así, por ejemplo, el Diccionario Geográfico de Madoz refiere que tiene 400 casas y que su población es de 91 vecinos o de 367 almas. En el censo de 1950 figura con 539 habitantes.
Tamariz es una población muy antigua, pero no se tienen noticias de ella hasta el siglo XI. Su nombre es probablemente de origen berberisco (Tamariz = Taray, arbusto mimbreño que crece en las orillas de los ríos). Más tarde tomó el partido de los Infantes de Aragón en contra de D. Pedro de Castilla y fue residencia de la reina aragonesa D.ª Leonor con sus hijos en el año de 1354, según consta en la Crónica de Pedro I. En el Libro de las Behetrías se halla que era señorío de la condesa D.ª Juana y de D.ª Blanca, hija de D. Fernando y que pertenecía a la merindad de Campos. En 1370 la reina Juana Manuel, esposa de Enrique II, hace donación de la villa de Tamariz (junto a la de Torrelobatón) al Hospital de San Antonio Abad que funda en Villafranca Montes de Oca, derecho que en 1379 fue cambiado por el señorío de Vallarta y un juro de 50000 maravedíes sobre las alcabalas de Burgos. Los años de mayor esplendor los acusa cuando se levanta el templo de San Juan, en la primera mitad del siglo XVI. Hubo en Tamariz hasta 9 cofradías, a saber: de Ánimas, del Santísimo, de la Santa Vera Cruz, del Santo Nombre de Jesús, de San Juan, de San Pedro y San Andrés, de la Virgen del Rosario, de Nuestra Señora del Castillo, de San Antonio Abad. Es asimismo indicativo de prosperidad el elevado número de ermitas que hay documentadas: de Nuestra Señora del Castillo (de la cofradía del mismo nombre), de San Pedro Villame, de San Bartolomé, del Humilladero (propiedad de la Cofradía de la Vera Cruz), de Nuestra Señora del Otero, y de San Antonio Abad (de la cofradía). Hasta finales del siglo pasado existieron dos parroquias, San Juan y San Pedro, de la primera de las cuales sólo queda una torre de piedra blanca y una portada renacentista de estilo jónico. El templo de San Pedro muestra una portada románica de finales del siglo XII y en su interior guarda retablos barrocos.
El Hospital de Tamariz de Campos
Documentos y fuentes
La fuente principal de información para este trabajo ha sido el Libro de Cuentas del Hospital, que se encuentra en el Archivo Diocesano de Valladolid. Este libro recoge las cuentas, inventarios, apeos, arriendos, visitas episcopales y otras notas del discurrir del Hospital. Se inicia en 1598 y finaliza en 1787, aunque las primeras páginas se han perdido en parte. Los arriendos y los apeos se encuentran en el mismo libro pero separados del resto de los contenidos, iniciándose su anotación en 1663 y empezando por las últimas páginas en sentido contrario.
En el mismo archivo da noticias del Hospital el Libro de Visitas común a las parroquias de San Juan y San Pedro, que recoge algunas de las primeras visitas episcopales al Hospital, entre 1598 y 1611.
Otra fuente importante de datos ha sido el Archivo Municipal de Tamariz, en el cual he encontrado apeos de las heredades del Hospital, tanto en el Catastro del Marqués de la Ensenada, en 1752, como previamente a la enajenación de sus tierras por el Decreto de Carlos IV, en 1795. En el Catastro de Ensenada se citan también los derechos y las cargas del Hospital.
Origen y fundación
Su fecha de fundación y nombre del fundador son desconocidos. Ya en la Visita de 1756, cuando se encarga a los Patronos poner en el libro de cuentas “copia auténtica de la fundación”, uno de éstos escribe al margen:
Se hizo constar a S.I. ser esta fundación antiquísima, de que no se ha podido encontrar razón alguna.
Pese a esta ausencia de datos, que tal vez consultando otras fuentes pudiera haber sido cubierta, me permito aventurar la hipótesis de que el origen del Hospital está en relación directa con los años que la Villa de Tamariz fue propiedad del Hospital de San Antonio Abad de Villafranca Montes de Oca, a consecuencia de la fundación de este último hospital por la reina Juana Manuel en 1370. Este derecho fue trocado en 1379, como se refiere más arriba.
Advocación del Hospital
Según lo anterior, podría pensarse que nuestro hospital se denominara también de San Antonio Abad, lo que es apoyado por la circunstancia de que en la Visita de 1598 se dice a la Cofradía del mismo santo que vendan unas maderas que tiene tras haber edificado una ermita y que “su valor se emplee en heredades o en otra cosa que rendan para la dicha ermita y hospital”. Asimismo, en el apeo de las heredades del Hospital realizado en 1600 anota aparte dos tierras, de 10 y 2 cuartos de superficie respectivamente, de las que dice que las dio la Cofradía de San Antonio. Esto no me permite afirmar que hubiera una relación directa entre la Cofradía y el Hospital, puesto que aparte de estos dos hechos puntuales, no hay referencia alguna a lo largo de las cuentas del Hospital, desde 1600 hasta el final, a la dicha Cofradía.
Privilegios y obligaciones
Al no existir carta fundacional del Hospital o copia de esta sólo puedo basarme en lo aportado por las cuentas del Hospital y en el Catastro del Marqués de la Ensenada.
Tiene el Hospital a su favor el derecho de percibir medio real por cada testamento de los que fallecen en la villa. Por este concepto se ingresan cantidades anuales que nunca superan los cinco reales, siendo lo más frecuente entre 1,5 y 2,5 reales.
Soporta por otra parte una carga sobre las tierras, que consiste en 3 reales, limosna de una misa por el alma del fundador, que se paga anualmente al Cabildo Eclesiástico de la villa.
Administración
Patronos del Hospital eran el cura de la iglesia de San Pedro y el alcalde ordinario más antiguo, denominados respectivamente patrono eclesiástico y patrono secular. Su gestión era por tanto compartida entre la comunidad eclesiástica y el Concejo.
Estos patronos eran responsables de elegir cada año un Mayordomo o persona que se encargase de la administración del hospital, al que finalmente pedían cuentas.
Parece ser, a la vista de los muchos deudores del Hospital que habían sido mayordomos de este, que el Mayordomo se elegía entre los pobres del pueblo. Por ejemplo, en 1706 se citan expresamente como deudores del Hospital a tres ex-mayordomos, una viuda y varios herederos de mayordomos, además de “incobrables, de diferentes vecinos que fueron mayordomos”. Pero la frase más expresiva de esta situación, por la que el Hospital perdía a veces parte importante de sus rentas, se encuentra en la Visita de 1711, en la que se dice respecto a dos antiguos mayordomos que se les condonan sus deudas por “haber llegado a tan miserable estado como ser los más pobres que hay en el lugar”.
Las cuentas de cada año solían realizarse en enero o febrero del año siguiente, estando presentes los dos patronos, el escribano público, el Mayordomo del año en curso y el que fue Mayordomo el año anterior. Tras realizar las sumas y restas pertinentes se llegaba a un “alcance final”, que se transfería al Mayordomo en funciones, aunque en ocasiones sólo se dejaba constancia del compromiso de que así se haría, ocurriendo con frecuencia que estas deudas no llegaban a cobrarse nunca.
El Mayordomo era el encargado de comprar los utensilios necesarios para el Hospital, reparar desperfectos, arrendar las tierras, vender el trigo, pagar al hospitalero cuando lo hubo y finalmente dar cuenta de todo esto a los patronos. Parece ser que entre sus obligaciones estaba también la de pedir limosna para el Hospital, pues en las cuentas de 1621 se anota: “100 maravedíes, por el descuido que tuvo de no pedir la limosna por la iglesia”, aunque no se cita este concepto entre los ingresos en las cuentas de ningún año.
Visitas
El Hospital recibía la Visita del Obispo de Palencia o del Visitador General cada vez que éste pasaba por el pueblo para revisar el funcionamiento de las cofradías, iglesias y demás instituciones sobre las que tenía este derecho, entre las que se encontraba el Hospital.
El Obispo o su representante revisaba las cuentas del Hospital y que su funcionamiento fuese adecuado. En caso de encontrar errores o mala administración se instaba a corregirlo y si había deudas a que se pagaran, habitualmente bajo pena de excomunión. Si se encontraba al Hospital falto de camas, lo que era muy frecuente, solía encargarse la compra de estas, usualmente dos, reservando una “para los sacerdotes y personas de distinción”. En algunas visitas se dan también recomendaciones y advertencias como “mucho cuidado con la limpieza de las camas y cuando llegue algún pobre puntualidad en acudir” o “no se admitan personas sospechosas ni a los que llegaren con título de casados sin que conste estarlo por instrumento legítimo”. Daba asimismo instrucciones acerca de la manera de guardar las ropas y el manejo de los caudales del Hospital. De todo esto rara vez se cumplía algo, especialmente en lo relativo a la compra de camas, por lo que la situación se repetía durante sucesivas visitas.
Estas Visitas tenían lugar habitualmente durante los meses de verano. Durante el siglo XVII eran muy frecuentes, a lo sumo cada 3 años, pero en el siglo siguiente pasaron a ser cada 5 a 12, además de que con frecuencia se realizaba ya sólo la revisión de los libros desde una población cercana.
El edificio
Pese a que la tradición oral parecía señalar con bastante claridad hacia una determinada vivienda como el lugar donde asentó el hospital, los documentos que he manejado, aunque no indican nunca la localización topográfica del edificio, parece que ubican a éste en las casas del Concejo. Estas casas fueron derruidas en 1788, precisamente al año siguiente de la última anotación realizada en el Libro de Cuentas del Hospital, edificándose en su lugar lo que es la actual Casa Consistorial de Tamariz, que se encuentra en la Plaza, en el centro de la población. Para esta afirmación me baso en diversas circunstancias, como es que en la Visita de 1671 se encarga a los Patronos que limpien el Hospital y saquen de él unos escombros provenientes de una obra en el Consistorio. Asimismo con cierta frecuencia se hace referencia a que el Hospital linda con la panera del Montepío, como por ejemplo en la Visita de 1719 “...esto mismo se haga en la cocina que mira a la panera del Montepío”, la cual sé con seguridad que estaba incluida en las casas del Concejo, porque así se refiere en el Catastro de Ensenada: “Una casa...que es la Consistorial...incluso una panera que sirve para cerrar los granos del Montepío”.
El hospital constaba probablemente de 4 habitaciones, aunque esto tampoco se dice claramente en ningún lugar. En el inventario de 1630 cita “cuatro llaves de los aposentos y de la puerta principal” y en 1719 se compran “tres puertas y tres ventanas” para reparar el Hospital. Sabemos con seguridad que había una habitación destinada a cocina, porque se la cita con regularidad en las cuentas del Hospital; ya en la Visita de 1598 se habla de “la cocina donde se calientan los pobres”, en la cual se manda poner unos bancos fijos en el suelo para que se sienten los pobres alrededor del hogar. Respecto a las demás habitaciones las referencias son menos claras; parece ser que había un establo, aunque no se lo cita hasta 1760, en que se le repara el tejado y se compra una puerta; asimismo se hacen reparaciones en el pajar del Hospital en 1768. Debía haber también otro cuarto, donde se encontraban las camas, al que se denomina en la Visita de 1719 como “el cuarto de la alcoba”, mandando en esta ocasión “que se luzca y componga”.
Exteriormente el edificio debía ser de barro, porque en todas las cuentas, hasta mediados del siglo XVII, anota el gasto de encalar el hospital.
Fincas rústicas
El estudio sistemático de las propiedades rústicas del Hospital de Tamariz no me ha sido posible por los frecuentes cambios en la denominación de las tierras, por las más frecuentes todavía variaciones en su cabida y por las lagunas que hay en la realización de apeos. Por lo tanto, me contento con hacer un seguimiento global y señalar el modo en que algunas tierras pasaron a ser propiedad del Hospital.
Según el primer apeo que conocemos de las heredades del Hospital, éste poseía 17 tierras, todas en el término de Tamariz, que tenían una cabida de 12 iguadas y 1 cuarto, por las que percibía rentas de 5 fanegas de trigo por término medio. Este apeo nos informa de la procedencia, por donaciones, de algunas fincas. En concreto, la Cofradía de San Antón da al Hospital dos tierras que hacen 1 iguada y 4 cuartos, la Cofradía de Nuestra Sra. del Castillo dona una tierra que hace 4 cuartos y el cura Gonzalo Cleméntez otra que hace 1 iguada y 6 cuartos, poseyendo además de éstas el Hospital otras 13 fincas que hacen 8 iguadas y 3 cuartos. Posteriormente no aparecen nuevas donaciones de tierras.
El apeo de 1763 daba al Hospital la propiedad de 15 fincas, con cabida de 10 iguadas.
En 1798, el apeo realizado previo a la desamortización de sus propiedades, señalaba al Hospital como propietario de 20 fincas, con cabida de 14 iguadas y 7 cuartos. Este rápido y llamativo aumento se debe a la política de adquisición de tierras seguida en los últimos años por los patronos del Hospital. Entre 1776 y 1798 se compran 5 fincas, con una superficie total de 5 iguadas y 6 cuartos.
Contabilidad
Los ingresos podían cuantificarse por término medio en unos 3 reales del derecho sobre los testamentos, 100 reales de la venta del trigo, y pequeñas cantidades de limosnas y testamentos que no suponen más de 10 reales.
En cuanto a los gastos, el 16% corresponde al capítulo de asistencia a pobres y enfermos, el 57% al mantenimiento del edificio, el 3% a gastos de administración y el 14% por gastos extraordinarios, visita y apeos. Esto en los años que no había hospitalero, pues en los años que lo hubo (hasta 1630) su salario suponía el 49% de los gastos, además de haber en aquellos años una mayor proporción del gasto en atención a pobres, concretamente el 42% del total.
Rentas
Las cantidades obtenidas de la venta del trigo proveniente de arrendar las tierras del Hospital eran la fuente principal de ingresos. La cantidad de trigo en que se formalizaba el arriendo oscilaba mucho de un año para otro y también había notable diferencia entre una hoja y la otra (cada año se arrendaban las tierras de una mitad del campo, mientras descansaban las de la otra parte), por la diferente superficie de que constaban. El promedio, calculado de la totalidad de los arriendos, de la cantidad de trigo en que se arrendaban las tierras, es de 15 fanegas y 2 celemines. El máximo fue de 29 fan. 1 cel. (en 1772) y el mínimo de 3 celemines (en 1688).
La evolución temporal del valor de los arriendos sigue una línea ascendente, debido seguramente a la inflación, que redujo el valor del dinero. En menor medida pudo influir el aumento de la superficie a arrendar, pues el Hospital no hizo ninguna adquisición de tierras hasta 1779, tras de la Visita de 1768, en que se encarga que los beneficios sobrantes se empleen en heredades o censos. De todas formas, las cantidades en que se hacía el arriendo son engañosas, porque muchas veces los arrendatarios pedían al Provisor exención o aplazamiento de parte del pago alegando mala cosecha, lo que conseguían casi siempre, resultando que el Hospital ingresaba menos de lo estipulado. El trigo era luego guardado en una panera y vendido, habitualmente en mayo, por el Mayordomo. El precio a que se vendía era también muy variable, desde 13 hasta 72 reales por carga (8 fanegas) de trigo.
Gastos
A diferencia de los ingresos, se repartían de forma más dispersa y variable a lo largo de los años. Los conceptos que más se repiten son: Pobres, arriendo de las tierras, misa por el alma del fundador, reparaciones en puertas, encalar el Hospital, y el salario del hospitalero. Con menor frecuencia aparecen: Reparaciones en techos o paredes, cántaros, jarros, arreglo de mantas, medicinas, limpiar el hospital, alquiler de camas en el mesón, compra de ropa, lavar las mantas, por la visita del Obispo, por hacer las cuentas, actuaciones notariales para cobrar deudas, apeo de las heredades, préstamo a la fábrica de San Pedro, limosna al maestro de niños (desde 1762), limosnas a vecinos pobres enfermos (desde 1762), multas, renta de una panera, compra de tierras, y pago del Servicio Real (desde 1777).
El gasto en pobres es el que con mayor frecuencia aparece en las cuentas anuales, siendo raro el año en que no se cita o en que no hay gasto por este concepto. Hasta 1761 se dirige únicamente hacia pobres transeúntes, a los que se socorre con cama y techo, una limosna (habitualmente huevos) y el traslado a otra población cercana. A partir de 1762, por el contrario, se amplía la cobertura hacia los vecinos pobres que caen enfermos en cama, a los que se asiste con pan y carne de vaca. La media de dinero empleado en pobres forasteros, a partir de unos datos extraídos aleatoriamente de las cuentas del Hospital, es de 415 maravedíes anuales, mientras que la media de pobres atendidos anualmente es de 17, resultando por tanto que el gasto por pobre transeúnte era de 24 maravedíes. Cuando, a partir de 1762, se orienta la función del Hospital hacia los vecinos, se observa un incremento progresivo en los caudales dirigidos a este concepto. Además el gasto en cada vecino enfermo es muy superior al que se hace con los pobres transeúntes, seguramente porque la limosna que se hacía no era puntual, sino constante durante el tiempo que durara la enfermedad. Entre 1762 y 1787 se gastaron como media 1352 maravedíes en vecinos enfermos, lo que con 3,6 sujetos asistidos al año da una media de 371 maravedíes por cada uno. Esto es 21 veces más de lo gastado en pobres transeúntes.
Inventarios
En el primer tercio del siglo XVII se hace inventario de los bienes muebles del Hospital todos los años, después de finalizadas las cuentas del año anterior, al realizar la entrega de estos bienes al nuevo mayordomo.
En el primer inventario, realizado en 1606, se encuentra que el Hospital posee:
- Una sábana de tres piernas, con bandas azul y colorada.
- Seis almohadas blancas.
- Diez mantas mediadas y rotas.
- Una manta frazada que mandó la de Ribas.
- Una manta que mandó la de Juan de Castro.
Los inventarios siguientes son parecidos, con ligeras variaciones en el número de almohadas o mantas. En 1607 se añaden al inventario 11 cabezales, mientras que en el de 1618 se citan 4 cobertores.
Hasta 1630 el Hospital parecía estar bien dotado, además de recibir algunas donaciones de mantas y cabezales. A partir de esta fecha, y tras unos años en que no se realizan las cuentas, parece no disponer de camas. Por fin en 1662 se compran 3 mantas nuevas y una cama de madera de pino, pero es una situación efímera, pues de nuevo hay unos años de irregular funcionamiento y ya en la Visita de 1672 se dice que “halló la casa malparada y la ropa dijeron estaba en poder de los mayordomos”, situación que se persiste en sucesivas visitas. En 1743 el cura de San Pedro anota que “no tiene ropas algunas de las que ha comprado, ni de las muchas que antiguamente consta le mandaron diferentes personas, porque los hospitaleros se han utilizado de éstas”. Así parece seguir la situación hasta la desaparición del Hospital, pues no se refieren nuevas donaciones ni se compran ropas o camas.
Actividad asistencial
Como se puede deducir del reducido volumen de ingresos, la actividad asistencial del Hospital es muy escasa. Como ya se ha dicho, el 16% de los gastos (el 49% cuando había hospitalero) se empleaba en la asistencia a pobres enfermos y transeúntes.
La atención del Hospital se orientaba fundamentalmente hacia los pobres forasteros, aunque con especial interés por aquellos que estuvieran enfermos. Según escribe el cura de San Pedro en 1764 “sirve para recibir los pobres enfermos que transitan a curarse a los hospitales, como también para los demás que andan pidiendo limosna”. En ocasiones acoge a sacerdotes, soldados o estudiantes pobres. A todos estos les daba alojamiento y limosna, habitualmente huevos y en alguna ocasión una manta para su abrigo. A continuación se trasladaba al pobre a una población próxima, por cuyo servicio cobraba el hospitalero a razón de 10 maravedíes por cada uno.
El número de pobres asistidos es muy variable, desde años en que no se atiende a ninguno, hasta un máximo de 100 pobres. Como término medio llegaban al Hospital 17 pobres al año.
Sólo en una ocasión se anota gasto en medicinas, pero nunca se refieren pagos a médicos o cirujanos, por lo que su actividad difícilmente se podría considerar como asistencia sanitaria, tal como hoy la entendemos.
Los medios de que disponía fueron muy escasos durante la mayor parte del tiempo que cubre este trabajo. De lo que siempre dispuso el Hospital es de un cuarto con cocina, para calentarse los pobres. Hasta 1630 hay camas en el Hospital (aunque no sabemos cuántas), con ropas suficientes, pero a partir de esa fecha y tras unos años en que no se realizan las cuentas, desaparecen todas las mantas y demás ropas del Hospital. En los años siguientes se alquilan camas en el mesón, cuando se quiere dar alojamiento a alguien (a una mujer, sacerdotes y un pobre tullido). Sólo entre 1662 y 1665 el Hospital dispone de nuevo de una cama y puede dar alojamiento. En adelante y pese a los reiterados intentos del Obispo o del Visitador General, el Hospital sigue sin disponer de ropa ni camas, aunque se continúan realizando reparaciones en el edificio. En 1743 el cura de San Pedro escribe que el Hospital “no tiene ropas algunas” y que “dicha casa ha estado cerrada por falta de habitador, estando como está bien compuesta”. Pese a esto, se sigue atendiendo a los pobres transeúntes por medio de limosna y trasladándoles a los lugares próximos.
A partir de 1762 hay un cambio importante en la actividad asistencial del Hospital, que va a durar ya hasta su final. Se comienza a pagar una limosna por valor de 2 fanegas de trigo al maestro de niños “para que se pudiera mantener y por este medio enseñase de limosna a los niños que hay hijos de pobres de solemnidad”. También a partir de esta fecha se dan limosnas (en forma de pan y carne de vaca) a aquellos vecinos pobres que caen enfermos en cama, para mantenerlos durante su enfermedad. Durante estos años se seguía atendiendo a los pobres forasteros.
En conclusión se puede decir que la finalidad del Hospital de Tamariz era, como la mayoría de las instituciones rurales de este tipo, el dar refugio y limosna a los pobres transeúntes que vagaban de una a otra población. En ningún caso su intención es dar asistencia sanitaria, además de que no tenía capacidad para ello. Sólo en los últimos años de su existencia amplía sus actividades hacia la pobreza local, evolucionando más hacia las características de una “obra pía”, que será como se le denomine una vez desaparecido el edificio que lo albergaba. Finalmente, al quedar sin edificio y sin rentas, desapareció. Tendrían que pasar muchos años para que la función social que desempeñaba fuera asumida por otras instituciones.
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Fuentes
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- Archivo Municipal de Tamariz, Libro de Eclesiásticos de Tamariz, Catastro del Marqués de la Ensenada, 1752, folios 200–208.
- A. M. Tamariz, 2º libro de Seglares, Catastro del Marqués de la Ensenada, 1752, folio 575.
- A. M. Tamariz, Libro de Apeos Generales de las fábricas del Señor San Pedro y San Juan de esta Villa de Tamariz…, 1798, folio 81.
Créditos y uso
© Fernando Monsalve. Se permite la reproducción con atribución. Sugerencia de licencia: CC BY-NC 4.0. Indica: autor, título de la pieza, URL y fecha de acceso.
Agradecimientos: Al Dr. Anastasio Rojo Vega y al Prof. Juan Riera Palmero, del Departamento de Psiquiatría, Psicología. Medicina Física e Historia de la Ciencia de la Universidad de Valladolid. A Jonás Castro Toledo, del Archivo Diocesano de Valladolid. Al Archivo Municipal de Tamariz de Campos.