LA DANZA DE PALOS O EL PALILLEO DE VILLABARUZ DE CAMPOS (VALLADOLID)

• Por Elías Martínez Muñiz y Carlos A. Porro Fernández

Es, sin duda alguna, la comarca de Tierra de Campos, la tierra llana, donde se localiza el mayor número de localidades en las que se ha desarrollado este tipo de danzas en Castilla y León, bien hasta épocas recientes (años treinta o cuarenta) o en la actualidad. Tanto la provincia de Palencia, como la de León, Zamora o Valladolid concentran en estas áreas comarcales la mayor parte de referencias sobre el tema, a pesar de ser la zona que más ha sentido la despoblación y el abandono y la que también más ha notado la pérdida irreparable en muchos casos de su danza.

Muchos de estos pueblos han perdido ya de forma definitiva su danza, otros la mantienen a medias, unida ya no a la cofradía o procesión que las vio nacer, sino como un hecho «folklórico» aislado, más propio de un escenario que de las calles de su localidad. Otros, por fortuna y con verdadero respeto o devoción y fuerza las mantienen a pesar del trabajo que les supone.
La pérdida de la danza se debió a diferentes motivos, desencadenados muchos de ellos tras el desastre de la guerra civil y por las consecuencias del éxodo rural de los jóvenes a las ciudades, pero principalmente por el cambio de valores trastocados por el mundo urbano. Todo esto llevó a la marginalización del hecho que culminó en la sustitución de los hombres por las mujeres de la danza, desritualizándola completamente hasta su desaparición o su integración como una parte más del repertorio de los colectivos de "coros y danzas". Este hecho, no obstante, fue decisivo en muchos pueblos ya que mantuvo su vigencia algunos años más y aún hoy en día.
En Valladolid son ya escasas las cuadrillas de danzantes de tradición que actualmente siguen realizando los paloteos, sobre todo en comparación con la gran cantidad de pueblos que contaron con su danza propia, y que se desplazan a la capital o a otras localidades que no contaban con ella ante la importancia del género. Hoy podemos ver de forma más o menos habitual el paloteo en Cigales, Herrín de Campos, Torrelobatón, Villabaruz de Campos, Villafrades de Campos y Villanubla.

Con la guerra y entre los años cuarenta y sesenta fueron desapareciendo paulatinamente las danzas de San Cebrián de Mazote, Tamariz de Campos, Barrueces de Campos, Peñaflor de Hornija, La Unión, Ceinos y Cuenca de Campos, Gatón de Campos, Villacarral, Villaverde de Campos, Mucientes, Melgar de Arriba y de Abajo, Moral de la Reina o Fresno el Viejo. Y no se recuperaron tras ella las danzas de La Seca, Zaratán, Cabezón, Bercero, Fuensaldaña, Montealegre de Campos, Simancas, Medina del Campo, Portillo y Pozal de Gallinas.
A pesar del tiempo transcurrido muchas de estas danzas aún están a tiempo de ser recuperadas o por lo menos recopiladas para que quede alguna constancia de su existencia. Trataremos en este artículo, el caso particular de la recuperación completa de una de estas olvidadas danzas y que ha sido reacogida por la propia localidad y los propios vecinos.

La danza de palos o palilleo de Villabaruz de Gampos. La recuperación

El paloteo o «palilleo», como se conoce aquí la danza, dejó de realizarse de manera continuada y «natural» en el año 1950. Con posterioridad a esta fecha solamente se rehizo en 1962, con motivo de la clausura de unos cursos culturales llevados a cabo por la Sección Femenina, recuperándose para esta ocasión varios de los lazos de la antigua danza, volviéndose a perder la costumbre hasta la actualidad. La existencia en el pueblo de algunos antiguos danzantes que «palillaron» varios años la danza hasta que se perdió en 1950, ya con sesenta y setenta años, así como otros más jóvenes que participaron en la parcial recuperación de 1962 posibilitó la formación de un grupo suficientemente amplio de danzantes como para poder recordar la evoluciones y melodías. Después de contactos continuados con estos danzantes especializados y con otras personas del pueblo que recordaban las melodías u otros detalles sobre su ejecución, fueron realizados varios ensayos donde lograron recordarse prácticamente todos los lazos, a excepción de dos que no se habían vuelto a realizar desde los años de la guerra debido a que la letra tenía alusiones de tema un poco escabroso, de doble sentido, siendo prohibidas tras la guerra.
En los últimos ensayos se incorporaron ya varios niños del pueblo para comenzar el aprendizaje, dándose el caso de que algunos de ellos ya conocían el entrechoque básico de los palos, dada la afición que tenían a la danza sus padres o abuelos, quienes se habían preocupado de eneseñarles esta práctica como un juego.
«El palilleo » fue recuperado en 1993 y estrenado en la fiesta por un grupo de muchachos descendientes del pueblo. Al año siguiente se incorporaron varias muchachas a la danza, siendo en la actualidad un nutrido grupo de jóvenes los que desde entonces realizan el paloteo todos los años. Residentes fuera del pueblo la mayor parte, ensayan en el pueblo o la capital, ya que la escasa población, 53 habitantes censados, no posibilitó la formación de un grupo local.

El desarrollo de la danza

Como ha sido la costumbre habitual, se contrataba a los dulzaineros para que interviniesen a lo largo de todo el desarrollo de la fiesta, tanto en la parte lúdica como en la religiosa, incluyendo los bailes de por la tarde, noche, la danza, los acompañamientos de las autoridades y las alboreadas o dianas mañaneras.
Dentro de la parte religiosa de la fiesta, el momento más señalado, era sin duda el de la procesión. La víspera de la fiesta, el 25 de junio, por la tarde, una procesión recorría las diferentes calles del pueblo desde la parroquia de la Virgen de la Calle hasta la ermita de San Pelayo, a las afueras de la localidad. Juntos el pueblo y los danzantes, que en esta ocasión solamente acompañaban, no realizando paloteo alguno en el trayecto.

En esta procesión, primera de las tres que los danzantes realizarán, se llevaba en andas a la patrona, la Virgen de la Calle, y se depositaba en la ermita del santo, regresando con la imagen del niño mártir. Tanto en la víspera como en los siguientes días, la comitiva iba encabezada por el pendón, elemento destacado en la fiesta que tomará una presencia especial al final de la procesión.

Una vez llegada la imagen de San Pelayo a la iglesia continuaban los rezos, iniciados días antes con la novena y comenzando el tríduo de las jornadas de fiesta, pero donde verdaderamente la danza alcanzaba su mayor sentido y desarrollo era al día siguiente, San Pelayo. La procesión transcurría entonces por otras calles, de forma que, partiendo de la iglesia, no se dirigía a la ermita, sino que se efectuaba un recorrido alrededor de la plaza y otras calles aledañas. Los danzantes esperaban a la puerta la salida de la imagen. En el momento en que ésta atravesaba el umbral sonaba la dulzaina interpretando «la contradanza», comenzando su baile con un paso similar al del estribillo de la jota común. La melodía de esta contradanza es conocida en otros lugares como la «danza alsanto», «a la Virgen» o «la pinariega» de la que existen numerosas mudanzas o versiones musicales similares.

La cuadrilla, bailando siempre de cara a la imagen, trataba de retrasar lo posible la salida de la misma, en un intento de demostrar su buen hacer como danzantes y su devoción al Santo. Seguidamente se formaba la comitiva del siguiente modo: primero el pendón, seguido de la cuadrilla de danzantes, los dulzaineros, la imagen de San Pelayo, el sacerdote con un pequeño relicario del santo y el resto del pueblo con otras pendonetas e imágenes, como la de San Roque y San Isidro. Hoy aún acompañan varias devotas alumbrando al santo y los mayordomos con las varas de San Pelayo.

Quienes portan estas varas del santo son miembros del ayuntamiento, concretamente el alcalde y el juez de paz, ya que no hay constancia de que la danza haya dependido de cofradía alguna, sino que ha sido el ayuntamiento el que se ha encargado de organizar el rito, haciéndose cargo de las varas y del gasto de la función y la colación de los danzantes.

La danza está integrada por ocho personas recordándose, ya vagamente, la figura del chivorra o birria, quien, vestido estrafalariamente señalaba con una vara las partes de la danza o daba la entrada y puntos de los lazos a la dulzaina. Acompañando a los danzantes iban varios niños encargados de recoger los palos a estos cuando los cambiaban por castañuelas para bailar los pasacalles.

Este recorrido procesional lo hacían, y así lo hacen en la actualidad, los danzantes al son de la denominada «danza», melodía conocida también como «las habas verdes», mangados ya de castañuelas que marcaban las partes fuertes de la música. Se tienen referencias de que se interpretaban otras melodías en el mismo ritmo y para esta «danza», aunque no han podido ser recordadas.

El paso que ejecutan aquí consiste en unos mareajes alternativos de puntera y tacón lanzando a continuación la pierna al aire, paso de cierta espectacularidad denominándose esto «danzar a pierna suelta». Para recordar el paso, se ensayaba marcando las partes del mismo «puntera, tacón, puntera y al aire» cambiando a continuación de pie. Dado lo fatigoso que resultaba no se hacía este marcaje de continuo sino que se suavizaban los destaques de forma que se hiciera más llevadero. Cuando el dulzainero daba una señal (similar al punto de entrada de los lazos) los danzantes, que bailaban de espaldas al santo, se volvían, y tras realizar una venia de cara al mismo, comenzaban de nuevo la danza. En ocasiones al efectuar esta vuelta se ejecutaba una «zapatera» consistente en dar una patada al aire, tocando la castañuela con la puntera del pie.

A la bajada de la iglesia se interpreta el primer lazo «el veinticinco», siendo el segundo el «¡Oh! glorioso San Pelayo». Es este un lazo de cuya melodía y texto existen numerosas versiones en pueblos de la zona como Berrueces, Villafrades o Cisneros y Guaza, ya en Palencia, aunque en cada lugar se dedica a la advocación local, la Virgen del Rosario, de Pedrosa, y no San Pelayo. El tercero de los lazos que se toca es el «Señor mío Jesucristo», uno de los lazos más comunes en estos repertorios y que se interpreta de manera similar en Villanubla, Torrelobatón, Peñaflor de Hornija, Berrueces, Cigales, Mucientes o Ceinos en donde las diferentes versiones conservan una melodía y una letra muy afín a modo de oración. Seguía la procesión ya de regreso a la iglesia con los sones nuevamente de la danza. A la entrada se realizaba el último lazo de la procesión «La Virgen María», con la marcha real, también habitual lazo en estas danzas.
Llegada ya la procesión frente al atrio se realiza uno de los actos más destacados de la fiesta, «la venia», con el pendón.

Los danzantes se sitúan en dos filas frente a la entrada, y el abanderado, entre ellos, se coloca a un extremo mientras al otro están las andas con San Pelayo. A los sones de «la contradanza» inician el baile de los palilladores y el abanderado comienza a bajar el mástil, de varios metros de altura, lentamente hasta llegar a ras de suelo, donde lo desplaza lateralmente como reverencia al patrón, mientras va plegando la tela del pendón para después volver a erguirlo sin haberlo apoyado en el suelo.

Una vez hecha esta primera venia, se introduce la imagen en el templo mientras otra persona se hace cargo del pendón, volviendo a ejecutar esta venia ante la reliquia del santo que lleva el sacerdote, y después con las demás imágenes y pendonetas. En la actualidad la mermada procesión de imágenes hace que solamente se hagan las venias ante la imagen de San Pelayo y su reliquia aunque son varios los vecinos que se van pasando el pesado pendón. Terminadas todas las venias los palilladores intentan retrasar la entrada del santo lo más posible aguantando nuevamente la «contradanza» largo tiempo en el portal de la iglesia o dentro de ella. Cuando toda la procesión está en el templo se canta el himno a San Pelayo y a continuación se oficia la misa, repitiéndose el himno final y dando a besar la reliquia.

Hoy en día, tras salir de la iglesia, a la puerta del ayuntamiento se realizan varios lazos para deleite de todos. Los diez lazos que se conservan se interpretan aquí a gusto de los danzantes o de particulares siguiendo la habitual costumbre en la que los danzantes u otros vecinos dedican alguno de estos lazos de paloteo a una persona de su interés, a cambio de una propina que va a engrosar el fondo de los danzantes. Este pago da derecho a que se dedique un lazo a la persona en cuestión colocándo una de las cintas de traje por los hombros o en un brazo a la persona a la que se ha dedicado la pieza.

A la mañana siguiente, esto es, el día 27, se celebra San Pelayico, como se conoce popularmente este segundo y último día de la fiesta. Aquí antes tenía lugar la tercera procesión, en la que volvían a intervenir de nuevo los danzantes. La imagen del Santo se llevaba de regreso a su ermita de forma similar a como había sido traído. En el trayecto tampoco se palillaba ningún lazo, sino que únicamente se acompañaba al Santo con la danza en pasacalles. A la puerta de la ermita se repetía la contradanza hasta casi el interior de la misma, pasando luego a recoger a la Virgen de la Calle para regresarla y devolverla a su capilla.

La liturgia de este día estaba, y está, dedicada a los difuntos, a los que se recordaba con una misa y un miserere. La cuadrilla de danzantes recorrían en esa mañana las diferentes calles del pueblo visitando todas las casas, en especial aquellas en las que había alguna personalidad relevante que pudiera obsequiarles con una pequeña propina o unas pastas y vino, las novias de los danzantes o simplemente la familia obteniendo algunos dineros tras dedicar algunos palilleos a la puerta. La propina que se quedaban los danzantes iba destinada a la celebración de algunas meriendas y chocolatada los días siguientes entre los jóvenes.

Los instrumentistas

Ha sido la voz penetrante y potente de la dulzaina la que ha a compañado habitualmente la danza, al menos desde principios de siglo según los testimonios orales que conocemos.

El timbre del instrumento, propio para estos espacios abiertos, le hace ser hegemónico con respecto a otros como el acordeón o las bandas de música, que sólo han llevado la voz cantante sustituyendo a la dulzaina en contadas ocasiones en la danza de la zona. Sin embargo, el hecho de que en alguna localidad cercana o provincia limítrofe aparezca en numerosas ocasiones la danza de palos asociada a la flauta de tres agujeros y el tamboril nos hace reflexionar sobre la posibilidad de que este instrumento acompañase esta danza en épocas no muy antiguas.

Uno de los primeros dulzaineros que se recordaba en el pueblo era el llamado «cojo Cabreros», del que prácticamente no se conocen más datos que los aportados por su apodo, que era cojo y de Cabreros, localidad cercana a Villalón de Campos. En cambio si se tiene más constancia de los últimos dulzaineros que mantuvieron la danza a partir de la Guerra Civil, «los melgos» de La Torre Mormojón (Palencia), Emiliano Sánchez «Gabezorra» de Villarramiel (Palencia), y Mariano Senis de Valdestillas (Valladolid), siendo estos dos últimos quienes se alternaron al toque hasta la desaparición completa de la danza. En concreto Emiliano Sánchez interpretó la danza, como así lo había hecho su padre en décadas anteriores, en la última ocasión en la que se celebró, en 1962, a pesar de su edad y de estar ya alejado de la actividad musical. Fallecido en la década de los años ochenta, es recordado con respeto como un dulzainero de gran resistencia en el toque y casi un vecino más de la localidad.

El caso de Mariano Senis es algo más especial para los habitantes de Villabaruz, ya que contrajo matrimonio con una joven de la localidad a raíz de acudir contratado para tocar la función. Perteneciente a una saga de grandes músicos e intérpretes de gran tradición como era la de los «guicos» de las localidades vallisoletanas de Pollos y Bercero, falleció en Valdestillas en 1980 a los 62 años.

La coreografía de los lazos

En general, en el desarrollo de los paleados, se ejecutan diferentes figuras que resultan de combinaciones de las dos filas de danzantes, los panzas y los guías. Otras figuras que se repiten, como en otras localidades, son las conocidas como calle, media calle, carrañuela, cambio, cruz, con combinaciones entre los dos grupos de cuatro o todos los danzantes.

Además de estas figuras típicas, existen lazos en los que se escenifica lo indicado por la letra. Un ejemplo claro y repetido de estos es el conocido «Señor mío Jesucristo ». En las diferentes versiones, similares a esta de Villabaruz, existen unos versos que dicen «pésame señor / de todo corazón / besando la tierra», en los que los danzantes se golpean con sus palos en el pecho para, a continuación, golpear en el suelo marcando el ritmo.

El «Señor mío Jesucristo» es conocido en el repertorio de muchas danzas como en la de Constantim (Tras os Montes, Portugal), Becerril y Saldaña (Palencia), Cigales, Mucientes, Berrueces, Villanubla, Peñaflor (Valladolid) o Santa Cristina (León).

Varios de los lazos están presentes a su vez en las danzas de localidades de la zona o de otras provincias. Así «La pimienta» la realizan los danzantes de Santa Cristina (León) o los de Constantim (Tras os Montes), en Lobeznos (Zamora) o Almajano (Soria). «La rosa en el palo verde» en Berrueces y Torrelobatón. «Oh!, glorioso San Pelayo» en Santa Gristina (León), Villafrades (Valladolid) o Cisneros (Palencia). «Los sacramentos» en Torrelobatón, Berrueces, etc. «La pájara pinta» en Cigales, Berrueces, Villafrades de Campos (Valladolid), Hoyocasero (Ávila) o Fuentes de Nava (Palencia). «Dame niña una rosa» en Torrelobatón y «La Virgen María» en Peñaflor (Valladolid), Fuentes de Nava, Cisneros o Guaza (Palencia) aunque siempre varían las estructuras coreográficas.

Es frecuente también en las danzas de esta zona la terminación de los lazos con una salida musical en la que se danza «a pierna suelta» como ya explicamos anteriormente.

Por el contrario son mucho menos habituales o incluso solamente locales el «veinticinco», «el tarareo», «la niña del arriero» o «el ramo de siete flores» y no se recuerda la existencia de otro tipo de danzas como el trenzado del palo, el arco o los castillos, habituales en agrupaciones rituales de este tipo.

La indumentaria

Uno de los aspectos más llamativos de estas danzas es el de la indumentaria que utilizan los palilladores, que no difiere demasiado de otras localidades con paloteos, siendo el habitual traje blanco adornado con profusión de cintas de color y lazos.
Sobre la camisa blanca de hilo (las más antiguas serían de lienzo o lino) van cruzadas en aspa al pecho de dos cintas amarillas, azules o verdes y sobre éstas la corbata. A la espalda, prendida una cinta con los colores de la bandera nacional figurando una «M», que según dicen allí es la inicial del nombre de la virgen. El juego de lazos se completa con unas cintas finas en el antebrazo.

A la cintura un fajín de seda o raso, de la que pende un pañuelito bardado de encajes o estampados, a menudo recuerdo de los quintos de su servicio militar.

Pantalón blanco, que a diferencia del calzón corto de otras localidades como Berrueces, Ceinos o Villafrades, el de Villabaruz llega a los tobillos rematando en una fina puntilla. Un par de enagüillas cortas completan el traje. De estas dos enaguas la primera va almidonada recogiendo su amplio vuelo en múltiples pliegues menudos, dando una airosa y graciosa presentación a la figura. Ambas rematan en complicados y ricos encajes, yendo esta cimera, al ser la más visible, más recargada que la bajera. Unas alpargatas blancas encintadas completan el juego.

Los palillos

Los palos tienen en torno a cuarenta centímetros de longitud y van adornados también con cintillas en la empuñadura. Para su fabricación se utilizaba cualquier tipo de madera que estuviese seca, siendo apreciados los de avellano que «rugían» bien y no se astillaban, como los de encina. También era frecuente aprovechar los radios de los carros y los varales de garios y horcas partidos, de muy buena sonoridad debido a lo resecos que estaban.

Su manejo exige cierta habilidad y gracia para sacar la mayor sonoridad al palo. Se consigue un sonoro efecto dejándo libre en el hueco de la mano y asiéndolo más fuertemente con el dedo índice y pulgar de modo que el palo rebotase uno contra el otro, consiguiendo un paloteo con efectos de golpes no sólo seco (palotear «a palo seco», indican) sino rebotados logrando el genuino «palilleo».


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